Marzo es el mes de la Concienciación sobre la Salud Cerebral, y dos nuevos estudios muestran que las personas están más preocupadas por su salud mental que por su salud física.
Según el último Índice de Salud estadounidense Axios-Ipsos, los norteamericanos ven ahora la mala salud mental como una de las mayores amenazas para la salud pública, situándose justo detrás de la obesidad y la epidemia de opiáceos.
El informe revela que casi nueve de cada diez personas afirman considerar los problemas de salud mental como una grave amenaza social que ahora supera al acceso a las armas de fuego, el cáncer o el Covid-19.
Sin embargo, el tratamiento de las afecciones mentales difiere enormemente del de las enfermedades más tradicionalmente consideradas «graves». La Dra. Nicole Siegfried, directora clínica de Lightfully Behavioral Health, cree que ésa es una de las mayores deficiencias de la atención y el tratamiento de la salud mental en Estados Unidos.
«Si comparamos una enfermedad como el cáncer, por ejemplo, un médico nunca daría el alta a un paciente sin un plan de tratamiento adecuado y agresivo en marcha; mientras tanto, a los pacientes de salud mental de alta gravedad se les da el alta del hospital con pocos o ningún paso siguiente, a veces con un guión y se les deja que afronten la batalla por su cuenta», señaló Siegfried.
La falta de recursos para quienes luchan contra pensamientos suicidas crea un ciclo de reingresos hospitalarios, que ella se propuso abordar. Señala que la salud mental debe tratarse con la misma seriedad que otros grandes problemas de salud pública.
«Nuestra epidemia de soledad y aislamiento fue una crisis de salud pública infravalorada que perjudicó la salud individual y de la sociedad. Nuestras relaciones son una fuente de curación y bienestar que se esconde a plena vista y que puede ayudarnos a llevar una vida más sana, más plena y más productiva», afirmó Murthy.
«Dadas las importantes consecuencias para la salud de la soledad y el aislamiento, debemos dar prioridad a la creación de conexiones sociales del mismo modo que dimos prioridad a otros problemas críticos de salud pública como el tabaco, la obesidad y los trastornos por consumo de sustancias. Juntos, podemos construir un país más sano, más resistente, menos solitario y más conectado», agregó el especialista.
El informe hace un seguimiento del desplome de las conexiones sociales -especialmente entre los jóvenes- y muestra que la mitad de los adultos se sienten solos, lo que se relaciona con miles de millones de dólares en costos sanitarios. Los resultados muestran que la soledad es tan mala como fumar y tiene profundos efectos en la salud mental, aumentando los riesgos de enfermedades cardíacas, derrames cerebrales y demencia. Cita como antídoto a esta crisis la necesidad de reconstruir el tejido social de este país a través de las conexiones sociales.
Para saber más sobre el reciente estudio, hablé por correo electrónico con la Dra. Pooja Rupani, directora de operaciones clínicas del norte de California en Lightfully Behavioral Health, quien me explicó las conclusiones según las cuales la salud mental se está convirtiendo en una amenaza sanitaria mayor que el cáncer.
«A la luz de los últimos años y del trauma colectivo que hemos sufrido durante la pandemia como comunidad mundial, estos resultados no son sorprendentes», dijo. Continuó explicando que el aumento de los costos de la vida y el escenario político y cultural cada vez más divisivo en EE.UU. están acumulando más estrés que nunca.
«De hecho, es sumamente alentador que la salud mental esté recibiendo la atención que merece a través de las publicaciones de investigación y la cobertura de los medios de comunicación», insistió la médica. «El estigma en torno a los desafíos de la salud mental fue tan debilitante durante tanto tiempo que, para nosotros, hablar de ello libre y abiertamente es el primer paso que podemos dar para dar prioridad al bienestar mental», señaló.
Le pregunté a Rupani por qué la salud mental debe tratarse con la misma seriedad que otros grandes problemas de salud pública. «Contrariamente a lo que mucha gente cree, la expresión ‘salud mental’ no es sinónimo de tener dificultades mentales o un diagnóstico psiquiátrico grave», me dijo. «En términos generales, la salud mental es nuestro bienestar emocional que repercute en nuestros pensamientos, sentimientos y comportamientos, e incluso en la salud física», agregó.
Todo el mundo tiene salud mental, explicó Rupani, e influye en nuestras relaciones, en nuestro rendimiento escolar o laboral, en nuestra capacidad para afrontar pequeños y grandes desafíos vitales, en nuestra capacidad para manejar el estrés y en nuestra capacidad para comunicarnos eficazmente con los demás. «Así que si repercute en la mayoría de las áreas de nuestra vida, y todos la tenemos, es lógico que deba tratarse como cualquier otro problema importante de salud pública», señaló.
«Es cierto que una mala salud mental puede no ser contagiosa de la misma forma que la gripe, por ejemplo, sin embargo, no es sólo la persona con dificultades mentales la que lucha contra su impacto. Las familias, los amigos, los vecinos, los profesores y los miembros de la comunidad se ven afectados cuando uno de nosotros sufre», expresó la doctora.
Citó los enormes costos económicos de las dificultades de salud mental no tratadas como resultado del aumento de las tasas de suicidio, una mano de obra estresada, mayores tasas de agotamiento y desgaste, menor productividad y mayor uso de las salas de urgencias.
Una de las cosas más importantes que podemos hacer como individuos, sugirió, es reconocer que nos encontramos en un espectro de salud mental y que buscar ayuda es en realidad un signo de fortaleza. La ayuda puede llegar de muchas formas: terapia psicológica o psicofarmacológica, simplemente hablando con un amigo o familiar, participando en actividades que sean energizantes para la mente y el cuerpo o retribuyendo a su comunidad mediante el voluntariado o la tutoría.
Rupani cree que los empresarios deben ser conscientes de la alta prevalencia de los desafíos para la salud mental en todos los niveles de empleo, lo que conduce a altas tasas de agotamiento y desgaste del personal. «Ya no basta con celebrar una ‘jornada de bienestar’ o un ‘retiro’ del personal para contar con un personal enérgico y motivado», afirmó.
«Muchos lugares de trabajo empezaron a tomar medidas para abordar el bienestar mental de los empleados ofreciendo mayores recursos de apoyo, condiciones de trabajo flexibles y un mayor discurso en torno a la salud mental en el lugar de trabajo. Se trata de un comienzo alentador y es necesario hacer más para que estos avances puedan integrarse de forma sostenible en la cultura general del lugar de trabajo», dijo la médica.
Añadió que es importante asegurarse de que los directores y supervisores tengan la formación adecuada sobre cómo reconocer los signos de estrés o agotamiento en sus subordinados directos y la capacidad de mantener conversaciones difíciles al respecto con el personal.
«Las políticas de empresa que dan prioridad a un equilibrio saludable entre la vida laboral y personal, la conexión social, las prestaciones culturalmente competentes y la comunicación transparente pueden hacer un gran impacto para poder afrontar juntos esta crisis», afirmó.