En Roma, por primera vez en mucho tiempo, se hizo el silencio. Una ciudad que este miércoles amaneció coloreada de amarillo y rojo, y en la que los decibelios fueron subiendo a medida que se acercaba la hora, enmudeció por completo tras 120 minutos y una tanda de penaltis que trajo consigo los peores recuerdos ante Sevilla.
Entonces la nada abrazó Roma. Por las pantallas gigantes del Olímpico se proyectó la imagen de Dybala, roto. Empapado en lágrimas. La fiel representación de lo que estaba viviendo en ese momento toda la afición ‘giallorossa’.
Una gloria mucho mayor que la que conocieron la temporada pasada con la Liga Conferencia. Ese 26 de mayo fue el opuesto de este 30 de mayo. De un momento a otro Roma se convirtió en un estadio de Johannesburgo o Qatar, con el constante ruido de vuvucelas, cláxones y gritos.
Pero de nuevo un empate a uno. De nuevo los penaltis. Y de nuevo en el Olímpico. Casi todo como aquella vez. La diferencia es que no hubo jugadores sobre el campo. Como si los hubiera habido.
La noche terminó tarde y terminó mal para los romanistas. Pero igual que recobraron las fuerzas para aplaudir a Dybala cuando le vieron entre lágrimas, hicieron lo propio cuando la cámara se centró en Mourinho agradeciendo a su afición. Quién sabe si por última vez.