En el verano de 2020, la Bundesliga se cimbró con una noticia que parecía espectacular. El multicampeón Bayern Múnich daba a conocer que a partir del 15 de julio de ese año, Leroy Sané regresaba al fútbol alemán como parte de la plantilla bávara. Terminaba para el jugador alemán un periplo de 90 partidos en la Premier League, en los cuales anotó 25 goles para el Manchester City. Talentoso como pocos, Sané prometía llegar en su mejor momento al Bayern y ser el nuevo motor ofensivo del club.
Pero también la pregunta era lógica: si Leroy Sané era un dechado de virtudes futbolísticas, ¿por qué Pep Guardiola lo dejaba ir de manera aparentemente dócil? ¿Acaso había perdido la cordura el técnico catalán del Manchester City? O al revés, ¿qué llevaba a Sané a salir del club inglés, tan protagonista del fútbol mundial como el propio Bayern Múnich?
La respuesta no tardó en ponerse de manifiesto. Sané, virtuoso con el balón, es un jugador temperamental y hasta voluble, capaz de darlo y lograrlo todo en un partido y desaparecer en el siguiente, tener un desplante con el técnico, o jugar con una mueca permanente de hastío. Así que, además de la jugosa cuota por el fichaje, Guardiola salió ganando al librarse por una puerta honorable de un jugador cuyo perfil simple y sencillamente no cuadra con la visión guardiolista.
La intermitencia de Sané es hasta la fecha motivo de preocupación, no solo en el Bayern, sino también en la selección alemana pese a que el atacante es el cuarto futbolista mejor pagado en toda la Bundesliga, con un salario estimado en 20 millones de euros anuales.
				
															





