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El origen de la fascinación de Donald Trump por la familia real británica

Mientras la coronación de la reina Isabel II de Inglaterra se transmitía a los hogares de todo el mundo, un niño de seis años la seguía con atención en una televisión en blanco y negro en su casa de Nueva York. Su madre, escocesa, no apartaba la mirada de la pantalla durante todo el día. Era el 2 de junio de 1953, y aquel niño era Donald Trump.

Años después, ya como empresario inmobiliario, Trump relató en su libro The Art of the Deal cómo el amor de su madre por la realeza británica dejó huella en él. Describió a Mary Anne MacLeod Trump como alguien “fascinada por la pompa y la parafernalia, por toda la idea de la realeza y el glamour”, y reconoció haber heredado de ella “su sentido del espectáculo”.

La madre de Trump, Mary Anne MacLeod, sentada con la pequeña Maryanne, hermana del presidente, sentada en su regazo, en una fotografía tomada en Escocia en 1938

Ese aprecio por la ceremonia y el boato quedó nuevamente en evidencia, durante su segunda visita de Estado al Reino Unido. Invitado personalmente por el primer ministro británico, Keir Starmer, en el Despacho Oval, Trump regresó al castillo de Windsor, un gesto que los analistas consideraron una apelación directa a su gusto por lo ceremonial, en un momento en que el gobierno británico buscaba importantes concesiones comerciales de un líder conocido por imponer aranceles incluso a aliados.

Trump ya había sido invitado a una visita de Estado en 2019, siendo el único presidente estadounidense en recibir tal distinción en dos ocasiones. Un año antes, durante su primer mandato, se reunió con la difunta reina Isabel II en Windsor, y recordó en varias entrevistas el pensamiento de su madre mientras recorría el castillo.

Fiona Hill, exasesora de Seguridad Nacional de Trump, detalló en su libro que el presidente hablaba con frecuencia de la admiración de su madre por la familia real. Según Hill, conocer a la reina Isabel II representaba para Trump la “señal definitiva de que lo había logrado en la vida”. Tras aquel encuentro histórico, Trump comentó a Piers Morgan: “Mientras caminaba, decía a la primera dama Melania: ‘¿Te imaginas a mi madre viendo esta escena?’ Windsor, el castillo de Windsor”.

La fascinación de Trump por la realeza también se manifestó al inicio de su carrera. Wes Blackman, urbanista que trabajó con él en la década de 1990 en Mar-a-Lago, recuerda que Trump intentó generar interés en el club privado usando el nombre de la princesa Diana como posible miembro. Sin embargo, algunos miembros de la alta sociedad lo veían como un oportunismo para ganar fama y socios.

El príncipe Carlos sujeta una bebida mientras charla con Donald Trump, con traje y corbata oscuros, y su esposa, Melania, con abrigo de piel blanco y negro.

Trump incluso llegó a ofrecer al entonces príncipe Carlos una membresía gratuita por un año en Mar-a-Lago. La respuesta fue una carta que declinaba amablemente la oferta y sugería, en cambio, una donación caritativa a causas ambientales del príncipe. Según Blackman, Trump consideró la misiva “una gran carta” y se obsesionó con ella, reafirmando su deseo de ser reconocido como alguien exitoso y parte de la historia.

“Para Donald Trump siempre ha sido muy importante ser visto como alguien exitoso y como parte de la historia. Vive de eso”, concluye Blackman.